integración
-“La región tiene una originalidad en el plano de las relaciones internacionales: haber desarrollado el concepto de ‘autonomía’.”
-“Estados Unidos concentró su agenda internacional en el escenario de Oriente Próximo. Esto permitió una mayor flexibilidad y una vuelta a los márgenes de maniobra de América latina.”
-“Hay además una cuestión de voluntad: no es sólo cuestión del sistema, los actores deben estar necesariamente involucrados en un proyecto autónomo.”
-“A partir de la diversificación de las fuentes de financiamiento, se puede llegar a conseguir mayor margen de maniobra.”
-“El acuerdo Argentina-Brasil es central para que funcione cualquier integración en la región.”
“La región avanzó en una coordinación política sólida en América del Sur”, afirma el investigador Alejandro Simonoff.
Imagen: Rafael Yohai
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Por Natalia Aruguete
El intercambio comercial entre la Unión Europea (UE) y Latinoamérica aumentó en la última década hasta superar los 250 mil millones de dólares en 2014. La inversión proveniente del viejo continente llegó a representar casi la mitad de la inversión extranjera directa que recibe la región. En este escenario tuvo lugar la segunda cumbre UE-Celac, donde, pese a la presión de algunos sectores, no se alcanzó una definición sobre el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre la UE y el Mercosur. Las tratativas con Europa se dan en un contexto de recuperación del concepto de autonomía, analizado en el libro “Integración y cooperación regional en América Latina” (Biblos). Cash dialogó con Alejandro Simonoff, especialista en relaciones internacionales y editor de este libro junto al investigador brasileño, José Briceño Ruiz.
¿Por qué cree que es importante retomar el debate alrededor del concepto de autonomía?
–La región tiene una originalidad en el plano de las relaciones internacionales: haber desarrollado el concepto de “autonomía”. Hay variantes relativas a las tradiciones de los distintos países en materia de autonomía. Y eso tiene que ver con la relación directa entre el Estado, las políticas que lleva adelante y el campo académico. La propuesta de hacer un paneo de las diferentes concepciones de autonomía se debe a que, desde fines del último milenio, la región ha empezado de nuevo a hacer uso de ese concepto.
¿Qué diferencias encuentra entre la concepción de autonomía de los ’60 y la actual?
–Desde el punto de vista de las relaciones Centro-Periferia, hay una mayor jerarquización. También es cierto que Estados Unidos concentró su agenda internacional en el escenario de Oriente Próximo, lo cual permitió una mayor flexibilidad y una vuelta a los márgenes de maniobra de América latina. Por otro lado, hay una cuestión de voluntad: no es sólo cuestión del sistema, los actores deben estar necesariamente involucrados en un proyecto autónomo. La región avanzó en una coordinación política sólida en América del Sur. En un escenario de guerra fría, esto habría sido impensado porque Estados Unidos promovía la ruptura entre los países de la región.
¿Qué rol le cabe al Estado en las distintas concepciones de autonomía?
–Puig (N. de la R.: Juan Carlos Puig ha sido una de las principales figuras del pensamiento autonomista de la década de 1970) pensaba al Estado como sujeto de pujas, algunos sectores pretenden el alineamiento y otros pretenden la autonomía. A mediados de los años ‘80, la principal estrategia para la construcción de autonomía es lo que él llama “integración solidarista”, que se diferencia de la “integración comercialista”.
¿En qué se diferencian?
–La comercialista busca simplemente la apertura de mercados, con el inconveniente de que agudiza las asimetrías entre los miembros. Eso se contrapone con la integración solidarista, en la que hay instrumentos de coordinación política –no meramente económica– y una integración de instrumentos que tratan de aminorar las asimetrías existentes entre los miembros. Se parte de la idea de que todos tienen que mejorar sus condiciones, no sólo algunos. Lo que se llamó “regionalismo abierto” en los ’90 se asemeja a lo que Puig había denominado integración comercialista.
Pensando en el reciente encuentro Unión Europea-Celac, Estados Unidos está concentrado en otras regiones pero ¿qué ocurre con la UE?
–Hay un juego a tres bandas. La UE y Estados Unidos están tratando de firmar el tratado transatlántico de libre comercio y eso genera que algunos sectores dentro de nuestras sociedades empiecen a ver con cierto temor una restricción en el acceso a inversiones. Eso es muy claro en la posición que tiene la Fiesp (poderosa cámara patronal de San Pablo) en Brasil, que empuja el acuerdo de libre comercio con la UE. Me parece que es apresurado tratar de concretar un tratado de libre comercio entre ambos.
¿Por qué?
–Porque están apareciendo otras oportunidades de financiamiento. China, en los últimos años, ha salido muy fuerte a jugar en el escenario internacional, no sólo aportando fuentes de financiamiento sino también de inversiones. A partir de la diversificación de las fuentes de financiamiento se pueda llegar a conseguir mayor margen de maniobra.
En el encuentro UE-Celac no se alcanzó una definición sobre el TLC entre la UE y el Mercosur.
–Allí hay un problema histórico y estructural que nuestra economía tiene con la Unión Europea: los subsidios. El libre comercio no allana el problema de los subsidios. Eso genera tensiones en cualquier proceso de inversión. Más allá de que se busque patearlo para adelante, enviándolo a la Organización Mundial del Comercio (OMC), el problema sigue estando presente. El libre comercio no va a solucionar la distorsión de los precios que generan los subsidios. Hasta que eso no desaparezca permanecerá la discusión. Sobre todo en el caso argentino, donde el sector agrario ha tenido un fuerte poder de lobby sobre el Estado.
Algunos analistas advierten que es negativo depender del endeudamiento con China. ¿Cree que puede ocasionar algún perjuicios?
–En principio, los mismos perjuicios que puede traer cualquier deuda. Si Argentina logra diversificar sus fuentes de financiamiento, es mejor. Entiendo que hay ventajas con China: una tasa de interés más baja y el hecho de no haber condicionalidades. Pero es cierto que los acuerdos con China traen otro “paquete”: la reprimarización de las exportaciones.
¿Condicionalidades subliminales?
–Exactamente. No están explícitas pero hay que ir negociándolas. La estructura diversificada (de financiamiento) es buena, porque así no se depende de un solo actor y eso da margen de maniobra para decidir qué hacer, para defender los propios intereses en el sistema.
Estados Unidos negocia tratados de libre comercio con los países en forma aislada. ¿China se diferencia de esa estrategia mediante acuerdos con el bloque o tienen un estilo similar al de Estados Unidos?
–A mí me da la sensación de que no se diferencia. China avanza sobre América latina y también mira a Estados Unidos. Va negociando la vacancia.
¿China negocia la “vacancia” con el bloque o con países por separado?
–Negocia con países, también. Hay que mirar cómo se van organizando los viajes, Argentina y Brasil no están entrando en el mismo paquete. Allí hay también un intento de fragmentar, son negociaciones de poder y eso no cambia. Siempre es mejor negociar individualmente que colectivamente.
¿A qué se refiere cuando dice que China mira a Estados Unidos?
–A que ésta es el área de Estados Unidos. En algunas ocasiones, más allá de los anuncios, su concreción tarda. Entonces, creo que con esa demora ellos manejan después las necesidades de la contraparte, juegan con la demora para poder mejorar su negociación.
¿Cuál es la concepción de autonomía a nivel regional en un Mercosur que se ha ampliado?
–Una de las características del Mercosur era su carácter selectivo. A riesgo de que el “nos integramos con todos” no funcione, se empieza en una escala más pequeña y se va hacia una más grande. En algún sentido, eso está bien.
¿En cuál sentido lo está?
–En que permite partir de un núcleo duro homogéneo teniendo en cuenta a los actores principales: el acuerdo ArgentinaBrasil es central para que funcione cualquier integración en la región. Ahora, la ampliación es auspiciosa, lo que tal vez habría que repensar es la cuestión de la institucionalidad, no copiando a la UE sino pensando en nuestros propios desafíos para la integración.
¿Qué desafíos observa?
–Hay una presión muy fuerte de la Fiesp al gobierno brasileño para abandonar el Mercosur, sobre todo apuntando a la cláusula 32, que establece la negociación en bloque. Ven que Argentina y Venezuela están demorando el acuerdo con la Unión Europea. Los grupos brasileños dicen que se les van a agotar las fuentes de inversiones a partir de la otra estrategia que está jugando Europa con Estados Unidos. Ven en ese acuerdo de Libre Comercio la posibilidad de que se reduzcan inversiones en este lugar del mundo. Si cada uno negocia por separado o si se negocia en conjunto es una prueba política para el futuro del Mercosur.
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