lunes, 7 de mayo de 2012

PUJA ENTRE EL NEOLIBERALISMO DURO, UNA VERTIENTE MAS FLEXIBLE Y LOS KEYNESIANOS

DEBATE. PUJA ENTRE EL NEOLIBERALISMO DURO, UNA VERTIENTE MAS FLEXIBLE Y LOS KEYNESIANOS

La disputa por la hegemonía

En un texto escrito especialmente para Página/12, Palley detalla las tres corrientes de pensamiento predominantes sobre la crisis económica que están en disputa en Estados Unidos, y las soluciones que propone cada una para salir adelante.

 Por Thomas I. Palley
Opinión
La crisis económica global es el resultado de políticas erradas que derivan de ideas fallidas. A grandes rasgos, existen tres lecturas diferentes de la crisis. La primera es el núcleo duro de la posición neoliberal, que puede ser etiquetada como la “hipótesis del fracaso del gobierno”. En Estados Unidos esta postura está identificada con el Partido Republicano y la Escuela de Economía de Chicago. La segunda perspectiva, una visión neoliberal más liviana, es denominada como la “hipótesis del fracaso del mercado”. Esta posición amalgama a la administración Obama, a medio Partido Demócrata y al Departamento de Economía del MIT. En Europa se identifica con los políticos de la Tercera Vía. La tercera perspectiva es una visión progresista que calificamos como la “hipótesis de destrucción de la prosperidad generalizada”. Se identifica con la otra mitad del Partido Demócrata y el movimiento sindical, pero no tiene bancada en las principales universidades debido a la represión de alternativas a la teoría ortodoxa.
La “hipótesis del fracaso del gobierno” sostiene que la crisis tiene sus raíces en la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos, en el fracaso de las políticas monetarias y en la intervención del gobierno en ese mercado. En relación con las políticas monetarias, argumentan que la Reserva Federal mantuvo las tasas de interés muy bajas durante mucho tiempo en la recesión anterior. Mientras tanto, la intervención del gobierno hizo subir los precios al impulsar la compra de propiedades más allá de las posibilidades de esos individuos. Para este núcleo duro, la crisis es un fenómeno esencialmente norteamericano.
La postura neoliberal más liviana argumenta que la crisis sucedió por la mala regulación financiera que permitió a los bancos tomar mucho riesgo y facilitó demasiado la desregulación y autorregulación. Estos errores contribuyeron a la mala asignación de recursos financieros. Esta visión es más global pero ve la crisis como un fenómeno esencialmente financiero.
El argumento de la “destrucción de la prosperidad compartida” considera que la raíz de la crisis está en el paradigma económico neoliberal que guió la política económica durante los últimos 30 años. Si bien Estados Unidos fue el epicentro de la crisis, todo el mundo está implicado, ya que adoptaron el mismo paradigma, donde la mala regulación financiera fue un elemento más.
El paradigma neoliberal se adoptó hacia fines los años 70. Entre 1945-1975, la economía de Estados Unidos estuvo caracterizada por un “círculo virtuoso” keynesiano donde los aumentos de productividad impulsaban al alza los salarios que, a su vez, impactaba en la demanda y el empleo. Ese escenario incentivaba la inversión que generaba mayores aumentos de productividad y permitía mejores salarios. Con modificaciones locales el mismo modelo se aplicó en Europa occidental, Canadá, Japón, Brasil y Argentina. Después de 1980 ese modelo keynesiano se reemplazó por un nuevo modelo de crecimiento neoliberal. Antes de 1980, los salarios eran el motor del crecimiento de la demanda; después de 1980, el endeudamiento y la inflación de los activos financieros se convirtieron en el motor.
El nuevo modelo puede ser presentado como una caja de políticas neoliberales que encierra a los trabajadores para presionarlos por todos lados. La globalización corporativa pone a los trabajadores en una competencia internacional a través de redes de producción que están respaldadas por los acuerdos de libre comercio y la movilidad de capital. La agenda de los gobiernos “pequeños” atacó la legitimidad de la intervención estatal y promovió la desregulación sin importar las consecuencias. La flexibilización laboral golpeó a los sindicatos y a los instrumentos como el salario mínimo, el seguro de desempleo y la protección laboral. Finalmente, el abandono del objetivo de pleno empleo generó inseguridad laboral y debilitó el poder de los trabajadores.
Este modelo se implementó en todo el mundo multiplicando su impacto. Eso explica la importancia del Consenso de Washington que fue impuesto en América latina, Africa y los antiguos países comunistas por el FMI y el Banco Mundial al condicionar el financiamiento a la aplicación de las políticas neoliberales.
Las tres visiones de la crisis ponen en evidencia qué está en juego, en tanto cada una recomienda una respuesta distinta. Para los neoliberales más duros, la salida reside en duplicar la apuesta con mayor desregulación financiera y laboral, profundizar la independencia de los bancos centrales y su compromiso exclusivo con una baja inflación, y limitar más el rol del Estado a través de la austeridad fiscal. La visión blanda del neoliberalismo recomienda endurecer la regulación financiera pero preservan el resto del paradigma de políticas ortodoxas.
Para los defensores de la “hipótesis de la destrucción de la prosperidad generalizada” la respuesta necesaria es otra. El desafío es desplazar al paradigma neoliberal y reemplazarlo por otro “keynesiano estructural” que restablezca el círculo virtuoso. El objetivo es sacar a los trabajadores de la caja neoliberal opresiva y poner allí a las corporaciones y los mercados financieros para que sirvan al interés público. Eso implica reemplazar la globalización corporativa por una globalización administrada donde existan altos estándares laborales, coordinación de tipos de cambio y controles de capitales; recuperar el objetivo de pleno empleo y reemplazar la flexibilidad laboral con una agenda solidaria del mercado de trabajo donde exista un balanceado poder de negociación, salarios mínimos adecuados, seguro de desempleo y respeto de los derechos laborales. Una agenda social democrática significa que el gobierno asegure la provisión de redes de contención y las necesidades básicas como salud, educación y jubilaciones.
El punto central es que cada una de las perspectivas posee sus propias prescripciones de política económica. Por lo tanto, la explicación que prevalezca será determinante y ubica a la economía en el centro de la puja política. Por ahora, la profesión económica se divide entre el núcleo duro neoliberal y la visión más liviana de esas ideas. Sin embargo, eso puede modificarse con la presión de una dura realidad que produce una demanda masiva de cambio, como sucedió en la Gran Depresión, que ofreció el punto de partida para la economía keynesiana. La única certeza es que el cambio será duramente resistido ya que las elites y los economistas ortodoxos están interesados en preservar la primacía del paradigma dominante.

(Pagina 12 http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-193435-2012-05-07.html)


¿Quién es Thomas Palley?

 Por Tomás Lukin
Las ideas económicas no son ajenas al estallido de la crisis, por el contrario, jugaron un rol central en su estallido y profundización. El economista estadounidense Thomas Palley cuestiona los cimientos de la matriz neoliberal, como la desregulación, la independencia de los bancos centrales y la reducción del Estado, y reclama la recuperación de un programa progresista que ponga el eje en el pleno empleo con un rol activo del Estado. Recientemente, Palley comenzó el proyecto “Economics for Democratic & Open Societies”, que apunta a estimular el debate sobre las condiciones y políticas económicas necesarias para promover la democracia y una sociedad abierta.
Durante los primeros años de la crisis, los textos del economista ofrecieron una visión alternativa y consistente sobre las causas del estallido financiero y sus consecuencias. En uno de sus últimos posts en su sitio www.thomaspalley.com advierte que “Europa no necesita un prestamista de última instancia, ese rol lo está cumpliendo el Banco Central Europeo, de lo que carecen los países del euro es de un banco público que financie el déficit presupuestario y mantenga bajas tasas de interés sobre la deuda pública”. Para Palley, allí reside la explicación de por qué “Estados Unidos y el Reino Unido con la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra se endeudan a bajo costo y permanecen solventes mientras que España, con un perfil de deuda y déficit similar, está bajo un ataque especulativo”. http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/subnotas/193435-58928-2012-05-07.html

martes, 17 de abril de 2012

Europe’s Economic Suicide

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On Saturday The Times reported on an apparently growing phenomenon in Europe: “suicide by economic crisis,” people taking their own lives in despair over unemployment and business failure. It was a heartbreaking story. But I’m sure I wasn’t the only reader, especially among economists, wondering if the larger story isn’t so much about individuals as about the apparent determination of European leaders to commit economic suicide for the Continent as a whole. 

Just a few months ago I was feeling some hope about Europe. You may recall that late last fall Europe appeared to be on the verge of financial meltdown; but the European Central Bank, Europe’s counterpart to the Fed, came to the Continent’s rescue. It offered Europe’s banks open-ended credit lines as long as they put up the bonds of European governments as collateral; this directly supported the banks and indirectly supported the governments, and put an end to the panic.
The question then was whether this brave and effective action would be the start of a broader rethink, whether European leaders would use the breathing space the bank had created to reconsider the policies that brought matters to a head in the first place.
But they didn’t. Instead, they doubled down on their failed policies and ideas. And it’s getting harder and harder to believe that anything will get them to change course.
Consider the state of affairs in Spain, which is now the epicenter of the crisis. Never mind talk of recession; Spain is in full-on depression, with the overall unemployment rate at 23.6 percent, comparable to America at the depths of the Great Depression, and the youth unemployment rate over 50 percent. This can’t go on — and the realization that it can’t go on is what is sending Spanish borrowing costs ever higher.
In a way, it doesn’t really matter how Spain got to this point — but for what it’s worth, the Spanish story bears no resemblance to the morality tales so popular among European officials, especially in Germany. Spain wasn’t fiscally profligate — on the eve of the crisis it had low debt and a budget surplus. Unfortunately, it also had an enormous housing bubble, a bubble made possible in large part by huge loans from German banks to their Spanish counterparts. When the bubble burst, the Spanish economy was left high and dry; Spain’s fiscal problems are a consequence of its depression, not its cause.
Nonetheless, the prescription coming from Berlin and Frankfurt is, you guessed it, even more fiscal austerity.
This is, not to mince words, just insane. Europe has had several years of experience with harsh austerity programs, and the results are exactly what students of history told you would happen: such programs push depressed economies even deeper into depression. And because investors look at the state of a nation’s economy when assessing its ability to repay debt, austerity programs haven’t even worked as a way to reduce borrowing costs.
What is the alternative? Well, in the 1930s — an era that modern Europe is starting to replicate in ever more faithful detail — the essential condition for recovery was exit from the gold standard. The equivalent move now would be exit from the euro, and restoration of national currencies. You may say that this is inconceivable, and it would indeed be a hugely disruptive event both economically and politically. But continuing on the present course, imposing ever-harsher austerity on countries that are already suffering Depression-era unemployment, is what’s truly inconceivable.
So if European leaders really wanted to save the euro they would be looking for an alternative course. And the shape of such an alternative is actually fairly clear. The Continent needs more expansionary monetary policies, in the form of a willingness — an announced willingness — on the part of the European Central Bank to accept somewhat higher inflation; it needs more expansionary fiscal policies, in the form of budgets in Germany that offset austerity in Spain and other troubled nations around the Continent’s periphery, rather than reinforcing it. Even with such policies, the peripheral nations would face years of hard times. But at least there would be some hope of recovery.
What we’re actually seeing, however, is complete inflexibility. In March, European leaders signed a fiscal pact that in effect locks in fiscal austerity as the response to any and all problems. Meanwhile, key officials at the central bank are making a point of emphasizing the bank’s willingness to raise rates at the slightest hint of higher inflation.
So it’s hard to avoid a sense of despair. Rather than admit that they’ve been wrong, European leaders seem determined to drive their economy — and their society — off a cliff. And the whole world will pay the price.